24 febrero 2010

FUSILAMIENTOS, HOYO DE MANZANARES, MADRID, SPAIN

ATRAPADOS EN LAS XESTAS, SURGUEN ESTOS RECUERDOS, LEJANOS DE OS ANCARES Y SIN EMBARGO CERCANOS EN EL TIEMPO.
Funesto fin de semana

Hay mucho escrito sobre los últimos fusilamientos del franquismo. Han transcurrido muchos años, casí cuarenta. He leído bastantes relatos y opiniones; lamentablemente, algunas ni siquiera se ajustan a los acontecimientos. Viví más de cinco lustros en Hoyo de Manzanares y de aquellos días de Septiembre de 1975 conservo amargos recuerdos y a pesar de la tristeza que me produce rememorarlos, quiero romper mi silencio pues no deseo ser cómplice de quienes, sabiendo o sin saber, queriendo o sin querer,omiten hechos que alteran sustancialmente cuanto aconteció en los fusilamientos de Hoyo de Manzanares, al menos en la parte que conocí.
Iniciare el relato en recuerdo de un hombre justo, obligado por su cargo a participar en los hechos, acción que desde mi opinión, le condujo a la muerte a través de varias enfermedades incluidas unas “fiebres desconocidas”: Al “Tío Juan” toda una autoridad en Hoyo de Manzanares, aquello lo condiciono y lo sumió en la tristeza...

Otoño de 1975, viernes, 26 de Septiembre. 

Carretera N-6 dirección Coruña, kilómetro 29, Torrelodones pueblo, me desvió a Hoyo de Manzanares; una mirada sobre el puente de la carretera me permite observar que está custodiado por la Guardia Civil. Nada extraño, tal parece que el palacete del Canto del Pico esté ocupado. De todos es conocido que el caudillo pasa allí algunas jornadas, usa una carretera que atraviesa el monte del Pardo que le conduce directamente al palacio; cuando esto ocurre se redoblan las medidas de seguridad; (por cierto en el palacete murió Antonio Maura, encontrándose allí de visita). Superada la entrada al palacio y conforme avanzo, voy viendo en los cruces de los caminos, incluso en las sendas sin asfaltar, soldados vigilantes; los hay hasta en el camino de entrada a mi domicilio. No es raro, de vez en cuando, con motivo de maniobras militares, estacionan allí patrullas dado que la entrada de la calle es ancha, aunque se encuentra en mitad de una gran curva.
Mi destino es la calle Marcos que se encuentra antes de llegar al casco urbano, a las afueras; una vez descargado el coche, aposentada la familia, me dirijo al centro del pueblo. Quedé sorprendido ante la falta de gentes, era un pueblo vacío; literalmente tomado por las fuerzas armadas. Hice las compras necesarias, fuí a “Casa Chaqueta” salude a Paulino..., en fin, todo lo habitual de un viernes y algo extraño, inusual percibí...pero retorné a casa sin más...

Otoño de 1975, sábado, 27 de Septiembre, 11 de la mañana. 

Descubro apoyado en la verja de la entrada “al tío Juan”...apenas se sostiene en pie... “Tío Juan” es mi casero y además es toda una autoridad, social y moral en Hoyo de Manzanares. "Tío Juan" hombre de corta estatura y algo rechoncho y muy vigoroso pero parece incapaz de sujetarse... No sin trabajo, logré hacerlo entrar en casa y derrumbado, más que sentado en el sofá del salón comenzó a relatarme:

“Ayer vino en mi busca la Guardia Civil para trasladarme al Cuartel de Ingenieros, era necesaria mi presencia; allí una alto mando de la Guardia Civil me señaló tres hombres: ¡Estos terroristas mañana serán ejecutados, cumpla con su tarea!
Así se encontró el “tío Juan” cara a cara con Baena Alonso, García Sanz y Sánchez-Bravo, militantes del FRAP condenados a la pena capital en consejo de guerra... en la cara del Tío Juan se dibujo un rictus de tristeza... “Me flaquearon las piernas, me temblaron las manos; no sé los documentos que me presentaron, ni como pude firmarlos, gracias que a mi lado estaba el padre Alejandro dándome ánimos” … “ a mi alrededor todo era tétrico; tan lóbrego que me oprimía y me dominaba, hasta el punto de faltarme el aliento; la angustia y las nauseas se apoderaron de mi y aún no me han abandonado... tuve que acompañar a los sentenciados mientras eran escoltados en medio de un silencio solo roto por los “taconazos” de los saludos castrenses”...el rostro del tío Juan se alteró... “ver a los jóvenes soldados caminando de un lado para otro con la mirada perdida evitando encontrarse con los mandos me produjo una gran congoja”. Estoy rodeado de generales, coroneles, oficiales y civiles...y perdido, amedrentado ante la voz enérgica de un coronel de la Guardia Civil al que obedecen hasta los generales. Temblando mientras oí como negaba al padre Alejandro la soledad en la capilla para otorgar el perdón de los pecados a los condenados...
y el “tío Juan”, nos contó como se encontró frente al rostro descompuesto de Ramón García Sanchez... José Luis Sánchez Bravo y el de Jose Humberto Baena, ¡tu paisano, debe ser de tu quinta!, me dijo. ¡Solos! ¡Desamparados! ¡Había tanta angustia en aquellos ojos que, el padre Alejandro y yo, no pudimos abandonar y allí nos quedamos, con ellos! ¡A los familiares no les dejaron entrar! ¡No os podéis imaginar...nadie puede figurarse...lo que es pasar las ultimas horas con un ser humano sabiendo que le van a quitar la vida!. ¡La agonía de la espera, la de aguardar el perdón!. ¡Esperar a que se cumpla la sentencia es tan inhumano como la ejecución!
Dentro y fuera de las dependencias militares se esperaba clemencia y perdón...sobrepasada la media noche ceso el ajetreo ... el tío Juan no pudo contenerse y rompió a llorar, entre balbuceos se le pudo entender... aún teníamos esperanza en el amanecer... noche eterna...con la primera luz del día el patio de guardia se fue llenando de “voluntarios para los pelotones de fusilamiento” de la Policía Nacional y la Guardia Civil...
Un pelotón de Policías vino por Ramón García Sanz, poco después la Guardia Civil, se llevó a José Luis Sánchez Bravo... José Humberto, se aferró a mi en un trémulo abrazo... y partió entre otro pelotón de Guardias Civiles...en el campo de tiro de Matalasgrajas fueron abatidos...
En ataúdes de pino fueron trasladados al cementerio para ser enterrados de inmediato...allí, aguantamos, el padre Alejandro y yo, mientras les daban sepultura viendo resbalar la sangre aún caliente de aquellos ataúdes...
El “Tío Juan” no era capaz de recuperarse; sin duda quería soledad pues no admitió subir al coche para llevarle a su casa, marcho andando, a decir verdad tambaleándose...

Otoño de 1975, domingo, 28 de Septiembre, 12 de la mañana.
 
La mañana de aquel domingo en Hoyo de Manzanares podrá recordarse por el silencio reinante, las conversaciones en voz baja, las miradas huidizas y por el sermón que el padre Alejandro dirigió a los fieles en la misa de las 12. Según los feligreses pidió el perdón para aquellos pobres pecadores ajusticiados sin clemencia y a decir de algunos, no cesaba de limpiarse la frente como queriendo quitarse las salpicaduras de sangre producidas por el tiro de gracia del oficial al mando del pelotón, que ni tiempo le concedió para el auxilio espiritual.

Durante varios años, ya en democracia, y en cada aniversario Hoyo de Manzanares las fuerzas militares toman posiciones para salvaguardar el orden. Muchos años permanecieron allí los restos mortales de Ramón García Sanz, tan huérfano y tan solo en la muerte como en la vida, eso si, nunca faltaron flores sobre su tumba.

Hace años que dejé atrás cinco lustros en Hoyo de Manzanares; quedaron allí muchos recuerdos y algunos buenos amigos pero me acompaña siempre el doloroso recuerdo de aquellos fusilamientos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir este trozo de vida, actualmente vivo en Hoyo de Manzares y tengo la impresion de que aun sigue siendo un despoblado, no solo por el tamaño de su urbe si no por el de su alma, practicamente muerta.
No me ha quedado claro cual era el trabajo del Tio juan..
Un saludo
uezzane@yahoo.es

xardonmanrofer dijo...

Hay gentes que tienen "lagunas" sobre los fusilamientos. Dudé y aún dudo si sería conveniente "aclarar" algunas
Dos cosas quiero dejar claras:
UNA: El padre Alejandro no fue el único civil que asistió a los fusilados.
DOS: No hubo ningún familiar presente en el cementerio ni en ningún otro lugar.
FINALMENTE, Por muchos años que transcurran nunca olvidaré el fatídico hecho y al tío Juan con el horror reflejado en su cara, tampoco por su buenahombria y por su recuerdo
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