casas en Pol
Aquel día de Agosto, San Gines, cuando el atardecer dejaba paso a la noche, Veiga al lado de su abuela presintió un mal augurio, alzo la mirada hacia su rostro encontrándola demudada, la faz blanquecina denotaba un inmenso miedo. Su abuela, asiéndole la mano, comenzó a persignarse conminándole a imitarla mientras ambos se arrodillaban.
En la mirada de la anciana, fija en los montes de Piñeira, apareció el temor, el cuerpo se agitaba entre temblores y convulsiones que fueron en aumento, conforme pasaban los segundos e iban llegando a sus oídos sonidos de campanillas, acompañadas de cánticos, kirieleisón y aleluyas, iban, venían y desaparecían, al igual que las luces, de forma intermitente, por el oeste, tras los montes y los frondosos pinares de sus laderas.
La comitiva, al menos eso parecía, ascendía y descendía por las vertientes de la serranía acercándose a la aldea de Sixirei. Centelleantes rayos surcaron el firmamento nocturno, estruendosos truenos aturdieron sus tímpanos, abriendo paso al agua tormentosa de las lluvias de verano.
Los cánticos y luces desaparecieron entre las casas de Sixirei.
Veiga y su abuela se refugiaron en casa donde prosiguieron rezando por las animas benditas, almas en pena que vagan por las montañas.
Profundamente impresionado, aquella noche y muchas más, las paso en duermevela, incapaz de conciliar el sueño.
Amparo Barban, vieja acaudalada de Sixirei, escogió el día de San Gines para dejar esta vida con poca fortuna. Entre quejas y gemidos de dolor, ordeno avisar al cura para que le administrara la extremaunción, siendo consciente de su inminente partida.
La suerte que la favoreció en vida en la hora de su muerte, la abandonó. Fueron a buscarle los sacramentos a hasta el valle, no había sacerdotes en ninguna de las aldeas de la montaña. Salieron con el viático desde Aranza, cuando anochecía provistos de antorchas, fachas, para iluminarse durante el trayecto, feligreses, cura sacristán, cantando, y dos monaguillos tocando las campanillas, ascendiendo por los montes de Piñeira, con precipitación, amenazados por la tormenta que los alcanzó entrando en Sixirei, justo cuando la mujer expiraba.
adicada o meu pai
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